Lo que le critica el establecimiento literario bogotano, rácano, miope, al borde del absurdo y condenado por un clasismo “intelectualoide” y falaz que devela poquedad, es en realidad su mayor fortaleza. Sabe comunicar sus ideas, es popular y vendedor. Mario Mendoza Zambrano (1964), un hombre esencial que transmite su mensaje a quien quiera escucharlo, como un Savonarola andino, fraile lúcido que quiere sacarle agua a las piedras y una pizca de bondad al lumpen.
Sus maneras cálidas evidencian que es docente de verdad. Solo ese tipo de seres son capaces de llegar con paciencia y claridad a las mentes de quienes se interesan por sus teorías y las escuchan atentos (las cosas ni funcionan ni se disfrutan a la brava). Cautivan con la palabra, contextualizan hechos, suposiciones, las evidencias, tan duras y crueles como la vida misma. Saben explicar y hacer entender a su público hasta los asuntos confusos sobre los que teorizan filósofos contemporáneos como Byung-Chul Han, uno de los autores que parecen obsesionar al creativo bogotano. La misión que se imponen como maestros, es la de poder moverles de buena manera, la sesera a sus alumnos para que la materia gris trascienda la mecánica de las pulsiones básicas y empiece a elaborar imágenes que se conviertan en archivos de conocimiento y de memoria sentimental.
Ya quisieran los “Vásquez”, los “Constaín”, los “Diaz – Granados”, los “Roca,” los narcisistas Abad, los ensoberbecidos escritores de coctel” capitalino; toda esa caterva prehistórica pseudointelectual de Bogotá, tener un poco del encanto personal y la autenticidad de Mendoza, un tipo de personalidad magnética que desde el “yo creador“, expande los lineamientos de sus análisis hasta el punto neurálgico de la autoproclamada tribu, esa que lo sigue con mesurada idolatría y respeto verdadero por la obra y el autor.
Él, es uno de los que con sinceridad les aporta. Dice sin medias tintas que ser joven, de escasos recursos, vivir en un sector empobrecido u opulento de la ciudad, sentirse solo, deprimirse, no aguantar el encierro, haber caído o recaído en una adicción, ser ignorado por una generación frustrada y frustrante como la de nosotros, no pasan de ser condiciones impuestas, no un destino. Que soñar en voz alta se vale, que nadie tiene derecho a castrar las ilusiones, que es leyendo, escribiendo; no acatando serviles el destino, o puteando entre dientes mientras sonríen, como se progresa; que son alguien y no los “nadies”, término canalla con el que los políticos de turno los menosprecian y encasillan para vulnerarlos, para llenarlos de odio, de complejos, de resentimientos absurdos y ganar dignidades que ellos no ejercerán y jamás merecerán.
A diferencia de los autoproclamados, “sucesores de Gabo”, el tipo no tiene problema en hablar de Transmilenio, de la pandemia de los pulmones, la del desamor; de la ciudad marginal y su opulenta hermana gemela, de los borderline, que caminan buscando presas, de aquellos que se la juegan, al costo que sea, día a día, por sus sueños; de los mecánicos, las prostitutas, los prestamistas gota a gota, los asesinos, de los enfermos mentales, de la gente del común y toda esa selva de ladrillo, metal, carne; de esa burbujeante aldea superpoblada que absorbe y sorprende. 2600 metros más cerca de la contradicción…
Durante la #FILBo2024, Mendoza, realizó la presentación de su más reciente libro “Los vagabundos de Dios”. El lugar estaba hasta las banderas de seguidores, la mayoría jóvenes amantes no solo de su literatura, sino de su marca personal. Ambiente de fiesta en Corferias. Debo confesarlo, quise ser lo más parco posible; actuar y escribir con objetividad, pero no fue posible. El ambiente estaba cargado de buena onda. Los chicas y chicos, sobre todo ellos, siempre ellos, desbordaron su alegría cuando Mendoza apareció.
Y no defraudó a la “hinchada”. La “hinchada”, tampoco a él. Lo abrazó, lo consintió, lo hizo sentir parte de esa espontanea cofradía. El escritor, nuevamente utilizó sus herramientas: claridad, fidelidad a sus principios vitales y del oficio de las letras que volvió a explicar como quien teje una constelación: el primero: morir varias veces para garantizar la constante renovación individual. El segundo: viaje por el infierno enfrentándose al peor de los rivales: uno mismo. Quemarse vivo para saber de qué se está hecho. Si se sobrevive, la suerte y los dueños del cosmos anárquico, de los cielos primigenios, nos llevarán al tercer paso: el renacimiento desde las cenizas del héroe que tendrá la misión de conquistar lo que se proponga, aunque guardando celosamente la promesa de que cuando se vuelva una repetición de sí, reiniciará el ciclo antes narrado.
No es que yo sea una suerte de “grupie” de Mario, aunque debo reconocer que el hombre tiene un estilo único; pero por encima de cualquier certeza, se comprueba que su obra es consecuente con su discurso y eso es algo que se agradece en un país donde los grupetes de “expertos en la materia”, lapidan lo que sale de sus “rosca” disque por “comercial”, mercachifle y hasta embustero. Nada más alejado de la realidad. Gremio ingrato y envidioso el de las letras bogotanas. Serán tan “genios” mis paisanos, que los grandes literatos, ganadores de premios como el Nobel, no nacieron aquí. No digo que las letras de esta ciudad carezcan de calidad, al contrario; simplemente a los buenos, esta élite imperante y sin gracia los tilda de: “comerciales”, mercachifles y hasta embusteros…”. Los mediocres no tienen vergüenza.
Todo radica en el estilo de las personas: mientras Mario, se encuentra con sus lectores fijos y en ciernes, se deja ver, se goza la FILBo, es sencillo y amable. Los otros se encierran en tertulias casi incestuosas a tomar vino, comer fríjoles, hablar mal de aquellos que no pertenecen a” lo selecto de…” y decidir cuál será el siguiente de los lacayos del “séquito” que se ganará el jugoso premio de poesía que a bien da la señora que invita la francachela.
Mientras Mendoza, dicta talleres en barrios y cárceles olvidadas a propósito por los “diosecitos” que manejan las cosas en el país, los otros se desgastan lanzándole dardos a los nuevos creadores desde sus trincheras cavadas en los periódicos locales donde los mantiene vigentes, no su talento o sus escasísimos lectores, sino una fidelidad de clase que raya en lo enfermizo. Son unos mediocres y darles más visibilidad es un pecado no mortal sino tedioso. Hasta aquí dejo la “echada de vainas” a los insignes.
Hoy volví a hojear “Leer es Resistir”, un libro conmovedor que desnuda las motivaciones y obsesiones de Mendoza. Su talante está definido en el cuento “Una espada entre putas y poetas” -mi preferido y recomendado-, en el que cuenta el episodio de ocultamiento de la espada de Bolívar, robada por un comando del m-19 y escondida por el poeta León de Greiff, en una casa que después fue vendida y convertida en la ampliación de un burdel en el sector del barrio Santa Fe, hoy zona de in – tolerancia de Bogotá.
De este cuento resalto dos párrafos conmovedores que describen lo que he venido diciendo acerca del estilo del autor: “La obediencia nunca ha sido una virtud. Todos los experimentos de psicología demuestran que los sujetos obedientes son sumamente peligros e irracionales: acatan las órdenes sin pensar, y son capaces de grandes atrocidades”.
Y el segundo: “Jamás la libertad y la emancipación estarán en manos de los dóciles y los vasallos. Por eso no deja de ser risible que esa cofradía de empleados públicos haya hecho semejante espectáculo alrededor de una copia de la espada del Libertador, mientras la original continúa donde siempre ha debido estar: en la calle, entre los desarrapados y los sufrientes, entre obreros y costureras, entre poetas y meretrices, entre albañiles y zapateros. Porque la verdadera democracia es justamente la voz de los olvidados, de los invisibles, del populacho, de la plebe trabajadora que sostiene la nación sobre sus hombros. Esa misma caterva de indeseables que jamás podrá ingresar a la Casa de Nariño”.
Mario Mendoza: un creador coherente que no ha esperado a que sus lectores lleguen hasta sus libros; al contrario: ha llevado sus escritos al gran público, por eso los ha seducido. Un hombre grande de intelecto y corazón tocado por Hermes, heraldo de dioses que rige el destino de escritores, mensajeros, ladrones, mentirosos, un ente que guía por el inframundo a las almas de los difuntos.
Un homenaje a la persona, al autor, a uno de los mejores escritores colombianos de este tiempo junto a William Ospina, Evelio Rosero y Tomás González. La obra de Mendoza, es un golpe de realidad, un bálsamo para la creación de textos, una clase magistral de coherencia literaria y un referente para esos miles de jóvenes que hoy se proponen ser los siguientes Mario Mendoza. Un anhelo válido con el cual se termina salvando una generación que otros quisieron condenar a la peste del olvido, como sentenció el cataqueño más famoso del mundo.
El verdadero poder está en saber echar el cuento, no hay nada más que decir.
AUTOR: JAVIER BARRERA LUGO (COLOMBIA)
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Equipo de Redacción – Escritores Rebeldes