A la recepcionista del hotel le molesta mi presencia, es evidente. Por tercera vez me pregunta con tono desafiante si necesito algo. Por tercera vez le respondo, eso sí, con una sonrisa que no me cuesta fingir, que estoy bien y espero cese la llovizna para salir a fumar. “No se preocupe,” dice, “cerca de la piscina puede hacerlo, hay una zona cubierta habilitada para tal fin. Vaya para allá, señor…” A diferencia mía, aparentar simpatía le cuesta mucho. Son las dos de la mañana, su café se enfría y…
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