Ahora que me encuentro en un espacio desconocido, haciendo eterna cola como si fuera a pagar los servicios divinos, esperando que algún personaje bíblico de barba blanca o con cachos, me albergue en alguno de los tres recintos de la Divina Comedia, observo con intranquilidad; actitud que disentía con la paciencia que tuve cuando me lancé de lleno y con mucha ilusión, en solicitar un préstamo a una de las tantas entidades bancarias, para tener por fin, un espacio digno en donde vivir y levantar a mi familia. Aunque las cosas no salían como yo quería.
Por supuesto, mi señora y mis dos hijos atendieron como pudieron y con algunas ideas propias, las tertulias caseras cuando hacíamos hincapié en las cuotas que había que pagar mensualmente a la entidad financiera; sobre todo, para evitar retrasos que implicaran más intereses o embargo.
Y si por desgracia, ―esto es común en nuestro sistema laboral―, se perdiera el trabajo por reestructuración de la empresa, esa es la cartita clásica para rescindir el contrato o que el empleado se estuviera acercando a los diez años laborales, pues a gastar los exiguos ahorros que con gran sacrificio se metían por la abertura del marranito. A veces parecía imaginario, y si esto no era suficiente, pues empeñar hasta lo que no se tenía, y como último recurso, solicitar el apoyo del vecindario, hacer huelga de hambre, tirar piedras o encender llantas; actos que por lo regular son pataleos de ahogados, para defenderse del desalojo tan cotidiano en estos casos, comandado por un grupo de policías que parecen androides, que llegan con aparatos de acero de guerra, mangueras anacondas y humos que no son señales de algún cacique indio, que congestionan el cuerpo y el espíritu, pagados por cerebros monetarios, cuyo accionar es frío y despiadado.
Lo triste de esta secuencia no es el desalojo sino la pérdida total de la propiedad, sin derecho al reembolso del dinero dado, ni siquiera sus intereses, no importan los años de sacrificios pagados, bien pagados, porque el negocio redondo y real eran dos casas y a veces tres por una, de manera pues que la plusvalía para ellos era total, no había abogado o mejor justicia, pues los abogados, por lo regular, serruchan cualquier negocio, y ninguna de los dos remedia esta acción mísera.
Estas acciones represivas lograron impedir que alcanzara este logro material y espiritual mientras pisaba la tierra. Sin embargo, les dejé ese legado a mi señora y mis hijos para su subsistencia, para que, alentados por otros sonoros sofismas, entre ellos, nuevos programas por parte del gobierno, como auxilios de vivienda, que, en realidad, son el retrato fiel del anterior, con modificaciones más caóticas, mensualidades e intereses volando por las nubes, que revientan cualquier bolsillo.
Tampoco valió hacerle campañas al candidato en época de elecciones, me apuntaban y nada más; en fin, todo era utópico, mi señora y mis hijos me alcanzaron y están a mi lado; los hijos de mis hijos, allá abajo, siguen en la lucha como una cadena infinita, y la paradoja insólita es que estamos esperando a que nos den un lotecito, ¿será acaso que aquí el horizonte también es una copia mundana, y que tendremos que esperar in saecula saeculorum.
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Jesús Antonio Gutiérrez Rodríguez, nació en el municipio de Caicedonia, Valle del Cauca. Es licenciado en literatura en UNIVALLE.
Tiene escrito cuatro libros: -Distancia (novela inédita). Muchachadas (libro de cuentos). Cuadritos (libro cuentos). Cuesta Arriba (novela corta inédita).
Diversos relatos han sido publicados en revistas literarias en Bolivia (Rincón Poético, videos YouTube, Red de Escritores y Escénicas, Potosí)), Perú (Caipell), Chile (Lugares Imaginarios, libro E-book), México (En Sentido Figurado), España (Dicotomía poética de poesía Haikus, Comunidad Tus Relatos y Letras Como Espada) y Colombia (E-book, ITA Editorial, Historia de Amores y Olvidos), revista Arriería), y libro en papel Antologías Narrativas en papel (editorial Trinando).
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