Todavía está en discusión cuál fue el verdadero legado que España dejó en América. Algunos académicos pregonan que la imposición de una potencia neurasténica sobre unos pueblos de inocencia suprema y vergonzante atraso nos dejaron religión y culturas propias de comunidades «civilizadas». Otros autores menos maniqueos, señalan que se dio un intercambio cultural de una sola vía que privilegió la adopción de una lengua, unas escrituras y una estructura de castas que hasta hoy persiste.
No es relevante, en mi concepto, entrar en este tipo de discusiones. Para quien escribe, la mayor contribución a la conciencia colectiva de los americanos hispano parlantes fue la creación de un estatus que rebasó lo meramente biológico y dejó consecuencias en la identidad social del continente: el mestizaje.
El primer escritor nacido en tierras americanas que fue reconocido por el imperio español como un hombre de letras con iguales condiciones de brillantes a las de sus colegas peninsulares, plenamente mestizo y con una inteligencia superior, sin duda otorgada por su herencia indígena, fue el Inca Garcilaso de la Vega.
Gómez Suárez de Figueroa, renombrado como Inca Garcilaso de la Vega a partir de 1563, nació en Cuzco, Gobernación de Nueva Castilla, el 12 de abril de 1539 y murió en Córdoba, España, 23 de abril de 1616. Con sangre real por parte de su madre, la ñusta (princesa Inca Isabel Chimpu Ocllo, bisnieta de Tupac Yupanqui, Inca legendario y nieta del no menos famoso Inca Huayna Cápac, Emperador de los cuatro Suyos) y con cortesano ascendente español por parte de su padre Sebastián Garcilaso de la Vega y Vargas, de la nobleza extremeña, tuvo conocimiento de primera mano de las realidades de dos mundos disímiles y fascinantes.
¿Su gran legado? Su pluma le mostró a una España sumida en el oscurantismo religioso, los poderes de los Amautas, el color de un Reino de ensueño que Pizarro le arrebató bajo tortura a Atahualpa, la selva, la sierra, la costa; la nobleza de una civilización organizada, el valor de un lugar del mundo bendecido por los dioses estrellas y reclamado por hombres forrados en metales y obsesionados con el color del oro, que tanta muerte trajo como consecuencia de una fiebre insaciable de riqueza.
El Inca Garcilaso de la Vega, forjó con sus letras el primer acto de rebeldía contundente y veraz: dejó claro que el mundo era mucho más que cruces, bulas, metales y codicia.
Dejamos unos versos de el primer mestizo escritor de América, nuestro primer Escritor Rebelde americano:
– I –
Abajo Cuando me paro a contemplar mi estado,
y a ver los pasos por do me ha traído,
hallo, según por do anduve perdido,
que a mayor mal pudiera haber llegado;
mas cuando del camino esto olvidado, 5
a tanto mal no sé por do he venido;
sé que me acabo, y más he yo sentido
ver acabar conmigo mi cuidado.
Yo acabaré, que me entregué sin arte
a quien sabrá perderme y acabarme 10
si ella quisiere, y aun sabrá querello;
que, pues, mi voluntad puede matarme,
la suya, que no es tanto de mi parte,
pudiendo, ¿qué hará sino hacello?
– II –
Arriba Abajo En fin, a vuestras manos he venido
do sé que he de morir tan apretado,
que aun aliviar con quejas mi cuidado,
como remedio, me es ya defendido.
Mi vida no sé en que se ha sostenido, 5
si nos es en haber sido yo guardado
para que sólo en mí fuese probado
cuánto corta una espada en un rendido.
Mis lágrimas han sido derramadas
donde la sequedad y la aspereza 10
dieron mal fruto de ellas y mi suerte.
Basten las que por vos tengo lloradas.
No os venguéis más de mi con mi flaqueza;
allá os vengad, señora, con mi muerte.
– III –
Arriba Abajo La mar en medio y tierras he dejado
de cuanto bien, cuitado, yo tenía;
yéndome alejando cada día,
gentes, costumbres, lenguas he pasado.
Ya de volver estoy desconfiado; 5
pienso remedios en mi fantasía,
y el que más cierto espero es aquel día
que acabará la vida y el cuidado.
De cualquier mal pudiera socorrerme
con veros yo, señora, o esperallo, 10
si esperallo pudiera sin perdello.
Mas de no veros ya para valerme,
si no es morir, ningún remedio hallo;
y si esto lo es, tampoco podré habello.
– IV –
Arriba Abajo Un rato se levanta mi esperanza.
Tan cansada de haberse levantado
torna a caer, que deja, mal mi grado,
libre el lugar a la desconfianza.
¿Quién sufrirá tan áspera mudanza 5
del bien al mal? ¡Oh, corazón cansado!
esfuerza en la miseria de tu estado,
que tras fortuna suele haber bonanza.
Yo mismo emprenderé a fuerza de brazos
romper un monte, que otro no rompiera, 10
de mil inconvenientes muy espeso.
Muerte, prisión no pueden, ni embarazos,
quitarme de ir a veros, como quiera,
desnudo espíritu o hombre en carne y hueso.
– V –
Arriba Abajo Escrito está en mi alma vuestro gesto,
y cuanto yo escribir de vos deseo;
vos sola lo escribiste, yo lo leo
tan solo, que aun de vos me guardo de esto.
En esto estoy y estaré siempre puesto, 5
que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.
Yo no nací sino para quereros;
mi alma os ha cortado a su medida: 10
por hábito del alma misma os quiero.
Cuanto tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir y por vos muero.
– VI –
Arriba Abajo Por ásperos caminos he llegado
a parte de que miedo no me muevo;
y si ha mudarme o dar un paso pruebo,
allí por los cabellos soy tornado.
Mas tal estoy, que con la muerte al lado 5
busco de mi vivir consejo nuevo;
y conozco el mejor y el peor apruebo,
o por costumbre mala o por mi hado.
Por otra parte, el breve tiempo mío,
y el errado proceso de mis años, 10
en su primer principio y en su medio,
mi inclinación, con quien ya no porfío,
la cierta muerte, fin de tantos daños,
me hacen descuidar de mi remedio.
– VII –
Arriba Abajo No pierda más quien ha tanto perdido;
básteme, amor, lo que ha por mi pasado;
válgame agora haber jamás probado
a defenderme de lo que has querido.
Tu templo y sus paredes he vestido 5
de mis mojadas ropas, y adornado,
como acontece a quien ha ya escapado
libre de la tormenta en que se vido.
Yo había jurado nunca más meterme,
a poder mío y a mi consentimiento, 10
en otro tal peligro, como vano.
Mas del que viene no podré valerme;
y en esto no voy contra el juramento;
que ni es como los otros ni en mi mano.
– VIII –
Arriba Abajo De aquella vista pura y excelente
salen espíritus vivos y encendidos,
y siendo por mis ojos recibidos,
me pasan hasta donde el mal se siente.
Encuéntranse al camino fácilmente, 5
con los míos, que de tal calor movidos
salen fuera de mi como perdidos,
llamados de aquel bien que está presente.
Ausente, en la memoria la imagino;
mis espíritus, pensando que la vian, 10
se mueven y se encienden sin medida;
mas no hallando fácil el camino,
que los suyos entrando derretían,
revientan por salir do no hay salida.
– IX –
Arriba Abajo Señora mía, si de vos yo ausente
en esta vida duro y no me muero,
paréceme que ofendo a lo que os quiero,
y al bien de que gozaba en ser presente.
Tras éste, luego siendo otro accidente, 5
que es ver que si de vida desespero,
yo pierdo cuanto bien de vos espero,
y así ando en lo que siento diferente.
En esta diferencia mis sentidos
están en vuestra ausencia y en porfía. 10
No sé ya qué hacerme en mal tamaño.
Nunca entre sí los veo sino reñidos.
De tal arte pelean noche y día,
que sólo se conciertan en mi daño.
– X –
Arriba Abajo ¡Oh dulces prendas por mí mal halladas,
dulces y alegres, cuando Dios quería!
Juntas estáis en la memoria mía,
y con ella en mi muerte conjuradas.
¿Quién me dijera, cuando en las pasadas 5
horas en tanto bien por vos me vía,
que me habíades de ser en algún día
con tan grave dolor representadas?
Pues en un hora junto me llevaste
todo el bien que por términos me distes, 10
llevadme junto al mal que dejaste.
Si no, sospecharé que me pusiste
en tantos bienes, porque deseaste
verme morir entre memorias tristes.
– XI –
Arriba Abajo Hermosas ninfas, que en el río metidas
contentas habitáis en las moradas
de relucientes piedras fabricadas
y en columnas de vidrio sostenidas;
agora estéis labrando embebecidas 5
o tejiendo las telas delicadas;
agota unas con otras apartadas,
contándoos los amores y las vidas;
dejad un rato la labor, alzando
vuestras rubias cabeza a mirarme, 10
y no os detendréis mucho según ando;
que o no podréis de lástima escucharme,
o convertido en agua aquí llorando,
podréis allá de espacio consolarme.
– XII –
Arriba Abajo Si para refrenar este deseo
loco, imposible, vano, temeroso,
y guarecer de un mal tan peligroso,
que es darme a entender yo lo que no creo,
no me aprovecha verme cual me veo, 5
o muy aventurado o muy medroso,
en tanta confusión, que nunca oso
fiar el mal de mí que lo poseo,
¿qué me ha de aprovechar ver la pintura
de aquel que con las alas derretidas 10
cayendo, fama y nombre al mar ha dado,
y la del que su fuego y su locura
llora entre aquellas plantas conocidas,
apenas en el agua resfriado?
– XIII –
Arriba Abajo A Dafne ya los brazos le crecían,
y en luengos ramos vueltos se mostraban;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos que al oro oscurecían.
De áspera corteza se cubría 5
los tiernos miembros, que aún balbuciendo estaban;
los blancos pies en tierra se hincaban
y en torcidas raíces se volvían.
Aquel que fue la causa de tal daño,
a fuerza de llorar, crecer hacía 10
el árbol que con lágrimas regaba.
¡Oh miserable estado, oh mal tamaño!
Que con llorarla crezca cada día
la causa y la razón por que lloraba!
– XIV –
Arriba Abajo Como la tierna madre que el doliente
hijo le está con lágrimas pidiendo
alguna cosa, de la cual comiendo,
sabe que ha de doblarse el mal que siente,
y aquel piadoso amor no le consiente 5
que considere el daño que haciendo
lo que le pide hace, va corriendo,
y dobla el mal y aplaca el accidente,
así a mi enfermo y loco pensamiento,
que en su daño os me pide, yo querría 10
quitar este mortal mantenimiento.
Mas pídemelo, y llora cada día
tanto, que cuanto quiere le consiento,
olvidando su muerte y aun la mía.
– XV –
Arriba Abajo Si quejas y lamentos pueden tanto,
que el curso refrenaron de los ríos,
y en los diversos montes y sombríos
los árboles movieron con su canto;
si convirtieron a escuchar su llanto 5
las fieras tigres y peñascos fríos;
si, en fin, con menos casos que los míos
bajaron a los reinos del espanto,
¿por qué no ablandará mi trabajosa
vida, en miseria y lágrimas pasada, 10
un corazón conmigo endurecido?
Con más piedad debía ser escuchada
la voz del que se llora por perdido
que la del que perdió y llora otra cosa.
– XVI –
Arriba Abajo No las francesas armas odiosas,
en contra puestas del airado pecho,
ni en los guardados muros con pertrecho
los tiros y saetas ponzoñosas;
no las escaramuzas peligrosas, 5
ni aquel fiero ruido contrahecho
de aquel para Júpiter fue hecho
por manos de Vulcano artificiosas,
pudieron, aunque más yo me ofrecía
a los peligros de la dura guerra, 10
quitar una hora sola de mi hado.
Más infición de aire en solo un día
me quitó al mundo, y me ha en ti sepultado,
estoy aquí tan lejos de mi tierra.
– XVII –
Arriba Abajo Pensando que el camino iba derecho,
vine a parar en tanta desventura,
que imaginar no puedo, aun con locura,
algo de que esté un rato satisfecho.
El ancho campo me parece estrecho; 5
la noche clara para mi es oscura;
la dulce compañía, amarga y dura,
y duro campo de batalla el lecho.
Del sueño, si hay alguno, aquella parte
sola que es ser imagen de la muerte 10
se aviene con el alma fatigada.
En fin, que como quiera, estoy de arte,
que juzgo ya por hora menos fuerte,
aunque en ella me vi la que es espada.
– XVIII –
Arriba Abajo Si a vuestra voluntad yo soy de cera,
y por sol tengo sólo vuestra vista,
la cual a quien no inflama o no conquista
con su mirar, es de sentido fuera;
de do viene una cosa, que si fuera 5
menos veces de mi probada y vista,
según parece que a razón resista,
a mi sentido mismo no creyera;
y es, que yo soy de lejos inflamado
de vuestra ardiente vista, y encendido 10
tanto, que en vida me sostengo apenas.
Mas si de cera soy acometido
de vuestros ojos, luego siento, helado,
cuajárseme la sangre por las venas.
– XIX –
Arriba Abajo Julio, después que me partí llorando
de quien jamás mi pensamiento parte,
y dejé de mi alma aquella parte
que al cuerpo vida y fuerza estaba dando,
de mi bien a mi mismo voy tomando 5
estrecha cuenta, y siendo de tal arte
faltarme todo el bien, que temo en parte
que ha de faltarme el aire suspirando;
y con este temor, mi lengua prueba
a razonar con vos, ¡oh dulce amigo!, 10
del amarga memoria de aquel día
en que yo comencé como testigo
a poder dar del alma vuestra nueva,
y a saberla de vos del alma mía.
– XX –
Arriba Abajo Con tal fuerza y vigor son concertados
para mi perdición los duros vientos,
que cortaron mis tiernos pensamientos
luego que sobre mí fueron mostrados.
El mal es que me quedan los cuidados 5
en salvo de estos acontecimientos,
que son duros, y tienen fundamentos
en todos mis sentidos bien echados.
Aunque por otra parte no me duelo,
ya que el bien me dejó con su partida, 10
del grave mal que en mí está de contino;
antes con él me abrazo y me consuelo;
porque en proceso de tan dura vida
atajaré la guerra del camino.
– XXI –
Arriba Abajo Clarísimo Marqués, en quien derrama
el cielo cuanto bien conoce el mundo;
si al gran valor en que el sujeto fundo,
y al claro resplandor de vuestra llama
arribaré mi pluma y do la llama 5
la voz de vuestro nombre alto y profundo,
seréis vos solo eterno y sin segundo,
y por vos inmortal quien tanto os ama.
Cuanto del largo cielo se desea,
cuanto sobre la tierra se procura, 10
todo se halla en vos de parte a parte;
y, en fin, de sólo vos formó natura
una extraña y no vista al mundo idea,
y hizo igual al pensamiento el arte.
– XXII –
Arriba Abajo Con ansia extrema de mirar qué tiene
vuestro pecho escondido allá en su centro,
y ver si a lo de fuera lo de dentro
en apariencia y ser igual conviene,
en él puse la vista; mas detiene 5
de vuestra hermosura el duro encuentro
mis ojos, y no pasan tan adentro,
que miren lo que el alma en si contiene.
Y así, se quedan tristes en la puerta
hecha por mi dolor, con esa mano, 10
que aun a su mismo pecho no perdona;
donde vi claro mi esperanza muerta,
y el golpe que os hizo amor en vano
non esservi passato oltra gonna.
– XXIII –
Arriba Abajo En tanto que de rosa y azucena
se muestra la color en vuestro gesto,
y que vuestro mirar ardiente, honesto,
enciende al corazón y lo refrena;
y en tanto que el cabello, que en la vena 5
del oro se escogió, con vuelo presto,
por el hermoso cuello blanco, enhiesto,
el viento mueve, esparce y desordena;
coged de vuestra alegre primavera
el dulce fruto, antes que el tiempo airado 10
cubra de nieve la hermosa cumbre.
Marchitará la rosa el viento helado,
todo lo mudará la edad ligera,
por no hacer mudanza en su costumbre.
– XXIV –
Arriba Abajo Ilustre honor del nombre de Cardona
décima moradora de Parnaso,
a Tansilo, a Minturno, al culto Taso
sujeto noble de inmortal corona;
si en medio del camino no abandona 5
la fuerza y el espíritu a vuestro Laso,
por vos me llevará mi osado paso
a la cumbre difícil de Helicona.
Podré llevar entonces sin trabajo
con dulce son que el curso al agua enfrena, 10
por un camino hasta agota enjuto,
el patrio celebrado y rico Tajo,
que del valor de su luciente arena
a vuestro nombre pague el gran tributo.
– XXV –
Arriba Abajo ¡Oh hado ejecutivo en mis dolores,
cómo sentí tus leyes rigurosas!
Cortaste el árbol con manos dañosas,
y esparciste por tierra fruta y flores.
En poco espacio yacen mis amores 5
y toda la esperanza de mis cosas,
tornadas en cenizas desdeñosas,
y sordas a mis quejas y clamores.
Las lágrimas que en esta sepultura
se vierten hoy en día y se vertieron 10
reciben, aunque sin fruto allá te sean,
hasta que aquella eterna noche oscura
me cierren apuestos ojos que te vieron,
dejándome con otros que te vean.
Florentino Borrás: Charalá, Santander. 1956. Al igual que sus antepasados, Florentino cree en la libertad, en que los derechos no se piden sino que se reclaman, y su accionar es fiel a esa manera de pensar. Poeta con amplio trasegar que ha publicado tres libros: El origen del comunero (1986), Señora Berenice: amor sin narcisismo (1996) y Rumores de campesinos (2017). No cree en la propiedad y su frase fundamental es: «si le gusta, llévelo», cuando alguien le pide recitar un verso.