Niveles de Maldad

Siento miedo cuando me obsesiono pensando que los fantasmas revisaron las habitaciones de las personas que amo. Sí, aprendí hace mucho que la ley de la compensación existe, acciones de la misma intensidad vengan un delito y sus consecuencias. Me cuelo en las casas ajenas no sólo a robar. Además de sustraer joyas, dinero y hasta comida, me dedico a oler las ropas de mis víctimas, descubro sus costumbres, cómo duermen, qué tan aseados son, a qué hora hacen el amor,   hasta imagino los cambios que han tenido desde que les tomaron las fotos que dejan sobre sus mesas de noche como tributo al silencio.

     No siento vergüenza al asumir que soy un ladrón, además de una suerte de espécimen obsesivo que se desvive por dejar en perfecto orden la escena del crimen. ”Nada de revolcar, sé respetuoso. Tiende las camas si las encuentras revolcadas, nadie tiene que saber que tus víctimas viven como cerdos. La policía no puede ver que los afectados por mis fechorías habitan una vivienda que parece haber sido impactada por un tornado”, me digo en medio de sonrisitas estúpidas y un sentido de la responsabilidad que rebasa, para algunos, el concepto de trastorno mental.

       No soy un enfermo, simplemente estoy obsesionado con el logro de la belleza y el sentido estético de los espacios en los que habito y en los que irrumpo.  Aborrezco la anarquía doméstica, eso no tiene nada de perverso. Ver pegotes de chocolate en los mangos de las puertas, calzones viejos secándose en las llaves de la ducha, zapatos regados por todo lado, me asquea; no puedo creer que le robo a gente sucia que es incapaz de cuidar sus cosas. Trátenme de loco, prefiero serlo a aguantar la falta de esmero.

    A mis hijos no les permito la mínima incorrección en este aspecto. “Niveles de maldad”, les recalco, podemos concedernos la potestad de juzgar mientras cometemos un hurto, pero lo que realmente importa es que las huellas que dejemos denoten el sentido de pulcritud que al final es la firma que estampamos sobre una obra cruel. Somos malos, lo asumo, pero malos con estilo, esa es la diferencia.

      Las tragedias tienen su parte de perfección implícita, los defectos son aminorados por el sentido de decoro que les resta violencia y abuso. Bastante tendrá de asqueante para la policía ver en nuestras víctimas caras descompuestas, mocos saliendo de unas fosas nasales expandidas y rojas, jetas abiertas lamentándose por las baratijas que nos llevamos, como para tener que aguantarse además una casa vacía oliendo a excremento. Niveles de maldad, ese el paradigma que rige mi cotidianidad.

AUTOR: JAVIER BARRERA LUGO (COLOMBIA)
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