Un poema de Florentino Borrás
Tomado del libro: En ausencia de los dioses
Los de nuestra clase abrimos espacios en el mundo mordiendo el vientre que nos prodigó cobijo y miedos. Escapamos del noble presidio utilizando dientes y mandíbulas, descosiendo las intrincadas telarañas que el tiempo hiló en sus acostumbrados arranques de sadismo.
Ese embrujo de la luna hace que recorramos las calles que a nuestros abuelos se les hicieron tan parecidas a la sordera del destierro y a los padres más violentos les zurcieron las heridas del espíritu con víctimas, alcohol, música untada de plomo, poesía y gasolina, y variados arranques de travestismo anémico. (Hombres no tan malos, jugando a la ruleta de la adicción. Mujeres puritanas al borde de la locura del sexo sin antecedentes, copas largas sin charla y embarazos deseados a las malas que les ahogarán la voluntad.)
Encarnamos la materia de niños tristes y viejos cuyas fuerzas se extravían en un laberinto dominado por la ceguera que todo lo ve; pero ignora patética el eco de su intuición. Somos sagaces en el desequilibrio; guardamos las energías para morder y correr a toda prisa con trozos de músculo entre las fauces y toda el alma pegada al alma en la oscuridad de nuestra renuncia hecha encantamiento frágil.
Esta tragedia, repudiada hasta por las bestias, hace que nos abstengamos de compartir el banquete de quienes triunfan a pesar de su estupidez; cruel festín enfermo de cáncer, de sangre podrida y huesos cristalizados.
El sirviente haya dignidad en el ejemplo de los hombres que incineran el escarnio de su negligencia auténtica, la preñez del propio infierno. Las voces inconcientes del sirviente esterilizan pulsiones y ajenos oráculos. No poseen vulnerabilidad ni usurpan la castrante protección de la esposa que agoniza.
El sirviente es sonido para ensillar las bestias y escapar, honor confiscado en el aleteo de un insecto asesino que se adentra mordaz en el sensible palpitar del monstruo cuando duerme con un ojo abierto. El sirviente es simplemente el dueño de las mariconadas de su amo. Es el amo que renuncia a la macana y coquetea con el aroma de la piedad sumaria. Eso soy yo: un sirviente asesino.
– ¿Estás seguro que sólo eres un sirviente?
-(Silencio)
– ¿Sabes acaso lo que significa la dignidad? -Pregunta sin asco. Y continúa:
– ¡Eres hombre! ¡Eres lobo! ¡Nada en realidad!
-De hombre, tengo la ingratitud y la frialdad de la traición. De lobo, que escarbo en la basura por subsistencia, jamás por placer-
-¡Valiente lobo con el que comparto la cama!
-Valiente hombre que no tiene las agallas de callarte, pero sí la frialdad de pensar en ella mientras sigues muriendo de rencor a mi lado…-
Acércate. -Le dije- Voy a morderte nada más. Pierdes mortalidad y lo único que puedo ofrecer a tu dolor es instinto, fresca claridad que otorga el vaivén de mi crueldad como paliativo.
Deja expuesto el cuello, quiero hacerte partícipe de este hechizo que alucina e invita a acatar los designios de la nueva verdad. Me propongo infectarte las ilusiones del corazón, abrir tus piernas hasta llegar a las entrañas tibias de la curiosidad. Que te emociones con la luna que me desfigura cada noche desde siempre y sientas ganas de escapar, que compres esta pulsión y te decidas a hacer lo mismo. ¡Vamos a llegar a los lugares que cada noche sueño mientras duermes!
Acepta mis dientes, mi saliva, mi fuerza. Aférrate a esta dulce maldición en la que serás gestora de tus propios descubrimientos y amaneceres. Entrega cada sensación del cuerpo a la anarquía que cobija la fertilidad enfermiza, al final de cada día quedará la levedad que por siglos impone nuestra curiosidad saciada del hechizo. Repite hipnotizada frente a las puertas de la bondad cada palabra, empuña estalactitas fulgurantes, amenaza el rostro que indaga prejuicioso, eres mejor que cualquiera y estoy seguro que ante la ofensa brindarás el corazón, desterrado de las glándulas de la obstinación, para convencerlos de deshacer su sepultura.
Sígueme hasta la vida. Seremos nietos malcriados de las costumbres, hijos del mal por buenas razones. Ampliaremos el firmamento en los ojos arrancados de su cuenca, apuñalaremos a los ángeles que esquilman la fe del olvidado, revisaremos sus casas y descubriremos el veneno con el que impregnan dolosos la poesía para que se haga promiscua, veraz, amante de Belcebú y madre de parias.
Mi invitación, la que no termino de hacerte, es a que dilapides la falaz alegría que brota de todos los rincones de la tierra. El mundo no se detiene por ti, no te quiere. La vida es un espejo que desnuda vanidades convenientes para casi todos. ¿Te animas a pintar una sonrisa en el lado sombrío de mis aullidos autoritarios? ¿Amarás mi existencia como tantas veces has amado mis inacabables muertes? ¿Serás testigo y víctima el día en que mis verdugos decidan infligir la tortura que se aplica a la invalidez de mi contrición?
¿Estás segura de amar con la misma intensidad con la que odias?
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Todo parece crecer más rápido sobre tus sienes. Utopías se ensartan en tus fibras vegetales, animal y hombre siempre huyendo; hombre alado cuyos despojos ya no puede tragarse el asfalto por tanta miseria que se cuece bajo su superficie.
Quieres mi cuello para morderlo, para atarme una soga en cuyo extremo reposa la piedra de todas las culpas que la humanidad te ha cedido. Buscas honor recorriendo como un zombi las derruidas casas de tus maestros extraviados en la locura mesiánica. Ellos son los culpables de que seas lo que eres, no la naturaleza que te brinda lo mejor de los dos reinos.
Coronas de papel para los danzantes y su falta de moral, besos de mayo que traspasen la penumbra hasta volverse tu voz. Los dados se cuelan por un orificio verde en el que la cabeza de cada una de tus amantes cuelga en las vigas del techo. Inminencia, caos, juramento que me hará daño si se cumple. Eso eres tú, lobo cobarde. Eso eres tú, amuleto del engaño humano.
Cloquen los huesos que guardo en mi bolsa de dormir. Las células de mis hombres, huesos, cejas, uñas y cenizas me invitan a ignorarte:
-¡Es una bestia que quiere saciar su lujuria sobre nuestro recuerdo! ¡Es la cara terrorífica que jamás pudimos mostrarte! -dicen en mi vigilia.
No te voy a prestar mi espíritu. Tus manos me tocan y se borran, la hiel de tu lengua hace trizas la piel de nuestro hijo que flota, para su fortuna, en el limbo. No lo asustan ya los juegos en que las amapolas se comen a los niños sentadas sobre el hocico de un licántropo a punto de despertar.
No. Todo llega a su fin, hasta la inmortalidad que prometes. Es tiempo de que pases de la compasión, de la ruindad de declararse por vencido, a la superación de tu infancia. Me enseñas a volar para quedarte en tierra viendo como el viento me parte las alas y caigo al vacío. ¡No mi amor… Esta vez no cuentes conmigo!
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Se repite la pesadilla: Las nubes se tragan lo que queda de cielo: limpian el azul, le rompen las costillas al sol y mil aves se desploman en fila sobre las hermosas montañas de Mandalay.
Huelo la multitud aún si el mundo se hunde en su detención. Se cumple mi deseo de estar solo en el lugar que he tratado de usurpar de tantas formas… Comienzo a sentirme triste. No soporto la oscuridad que respira sobre la nuca. Necesito estrechar un torso que tiemble de pasión y miedo. Necesito el aliento que se estrella contra el vacío de las súplicas. Necesito. Necesito necesitar, necesito la necedad del necesitado. Necesito la exclusión para ser alguien…
Pobre de ti lobo aturdido. Pobre de ti, pobre hombre. Los de nuestra clase no nos conformamos con ser lo que somos, fingimos y somos malos actores de una comedia que genera orfandad. Los de nuestra clase hacemos nuevo un mundo demasiado viejo para tomarse alguna molestia.
Florentino Borrás: Charalá, Santander. 1956. Al igual que sus antepasados, Florentino cree en la libertad, en que los derechos no se piden sino que se reclaman, y su accionar es fiel a esa manera de pensar. Poeta con amplio trasegar que ha publicado tres libros: El origen del comunero (1986), Señora Berenice: amor sin narcisismo (1996) y Rumores de campesinos (2017). No cree en la propiedad y su frase fundamental es: «si le gusta, llévelo», cuando alguien le pide recitar un verso.