NO BASTA SOLO CON ESCRIBIR
Por: Por Julián David Rincón Rivera
Correo electrónico: rinconriverajulian@gmail.com
AUTOR FOTOGRAFÍA SOPORTE TEXTO: Felipe Restrepo Acosta
Ese día falté al trabajo.
Me sentía como un estúpido, como un ingenuo, como un imbécil. Me sentía como un marica, para que me entiendan. Pero que no se ofendan los maricas, no es con ustedes. Lo que pasa es que a la gente le gusta ese tono enaltecido, agresivo, grosero y atrevido. Pero mejor lo explico, así descubrirán que el calificativo es todo menos una exageración.
Esa mañana, el despertador había hecho su trabajo, como todas las mañanas. La ducha, el desayuno, la maleta. Iba con esa normalidad de los días que es ligera, desinteresada, aburrida y llana. Aún no me logro explicar por qué prefiero vivir retirado de mi puesto laboral. Tal vez sea porque me gusta mezclarme con la gente, me gusta sentirme en ese conglomerado de muy seis, siete de la mañana, ducha fría, pan, chocolate y huevo, el frío de las madrugadas y los buses de hora pico. Tal vez, allí me siento más que en los taxis atascados en los trancones, o los transeúntes que andan en patines o bicicleta.
Curiosamente, esa mañana había muchos patines, muchas bicicletas.
Llegué al paradero, estaba sólo. Miré a un lado y al otro. Todo parecía normal, pero había algo anormal. Esperé el bus como era costumbre, el de las 6:30. Pasaron diez minutos y el bus no llegaba. Verifiqué la hora en el reloj, y este me rectificaba la normalidad tradicional de todos los días. Estiré el cuello a la avenida, el bus no asomaba su nariz chata y azulada por ningún lado. Volví a la hora, 6:42. El bus estaba demorado. Seguí esperando, nadie llegaba al paradero, el bus no aparecía, 6:45. Voy con tiempo. Diez minutos le daba al bus, si no llegaba, cogía taxi. Los diez minutos pasaron, ni gente, ni bus en el paradero. Ni modo, tocó taxi. De la maleta saqué la billetera para confirmar saldo. Tenía para el taxi, pero eso implicaba perderme las polas de la tarde. Era viernes. Ni modo, que el gordo me gaste hoy. Devolví la billetera a la maleta y me la acomodé a la espalda. Estiré el cuello a la avenida en búsqueda de un amarillito, pero vaya conveniencia, cuando uno los necesita, ahí si no aparecen.
—¡Juemadre! — el apelativo era consecuente.
7:04. Ni gente, ni bus, ni taxis en el paradero. Ya iba tarde. Me saqué los audífonos de los oídos, pegué el SmartPhone a la oreja. Lo mejor, era avisar que iba tarde. Sin saldo.
—¡Carajo!
El desespero iba en aumento.
¿Cómo me había quedado sin saldo?
Ahh, claro. Ayer le había prestado un minuto a Fernando. El marica ese se había comido todos los minutos.
—Mucho marica.
Aquí, todos son maricas.
Recargar era posible con la única mujer que aún vendía minutos en el sector. Se ubicaba con su carrito de meriendas en el semáforo, a unos metros del paradero, pero ni siquiera ella estaba.
¿Dónde están todos?
Por la avenida zumbaban los carros a más de ochenta.
¿Qué hago?
Volví a estirar el pescuezo a la avenida. Ni bus ni taxis. 7:14 a.m. ¡Cómo se pasa de fácil y rápido el tiempo cuando uno necesita de él! La única era coger un Uber, pero no tenía ni cuenta ni aplicación. ¿Para qué? Abrí con afán la Play Store. El celular me recordó que no tenía saldo.
—¡JUEPUTA! —El madrazo era inevitable.
Sin saber cómo, me di cuenta que por la avenida sólo pasaban carros particulares y bicicletas. Ni buses, ni taxis. En ese momento, una mujer en bicicleta que pasaba por el paradero se quedó viéndome y se reía. No sonreía, se reía. Hay una diferencia notable entre estos dos gestos. Fue por esa risa que la reconocí. Ella solía esperar el bus conmigo, todas las mañanas. Así fue como me enteré del paro de transporte público mientras esperaba el bus.
***
Arrastrar los pies por la ciudad. Eso era lo único que podía hacer.
Ustedes no se imaginan lo desconcertante que puede llegar a ser un día desocupado. Cuando el trabajo es norma y regla, la vida sin él resulta como un eco largo y vacío. Estaba entregado, en cuerpo y alma, a mi trabajo. No sabía lo que era la vida fuera de él. En mis horas de descanso, estaba lo suficientemente cansado como para pensar fuera de ello. No había tenido vacaciones hace más de dos años y, en realidad, no creía necesitarlas.
Paseé entonces por calles que me eran desconocidas, bajo un sol abrasador y el ruido del tráfico siempre a mi lado. Pasé por restaurantes, cafés, bares. Me metí en centros comerciales, sorprendido por la cantidad de accesorios y maricadas de todas las clases. Sorprendía la capacidad de los emprendedores para innovar en todos los ámbitos. Definitivamente, en este país se hace negocio con lo que sea.
Me comí una empanada con gaseosa en un puesto callejero. Almorcé en un restaurante muy de la ciudad un ajiaco “todopoderoso”. De postre, me comí un conito de dos sabores, sentado en un parque que parecía una anomalía verde rodeada del gris perpetuo de la ciudad. Ese día, me sentía como un extranjero en mi propia ciudad. Descubrí cosas que ignoraba, a la vez que me enteraba de toda la variedad de actividades que la ciudad ofrecía. Me lamenté no haberlo sabido antes, que la ciudad ofrecía tantas cosas. Para cuando me enteré, no tenía ni idea de dónde estaba, ni cómo haría para regresar a casa. Aun así, eso me importó poco. Apenas apuntaba la tarde temprana, tenía tiempo de sobra para estar perdido y disfrutar de la incertidumbre de no tener certeza alguna de mis pasos o mis acciones. Descubrí otro parque entre la enmarañada red de calles y carreras. Pretendiendo descansar el bochorno en un lugar bajo la sombra, encontré un tipo, ya entrado en edad. Estaba sentado en una banca de madera. Llevaba gafas oscuras, que impedían reconocer a dónde o a quién observaba. Tenía un cigarrillo prendido entre los labios y un vaso de cartón en su mano derecha que, a juzgar por el color de su contenido, entendí como un tinto. Tenía una pierna recostada sobre la otra, cruzándolas, en esa forma tan intelectual de los hombres de parecerse a las mujeres de clase. Pero lo que en realidad me llamó la atención, fue un cartelito que tenía a un lado.
“Hablo de cualquier cosa por cinco mil pesos. Pregunte lo que quiera, si es que se atreve.”
Me acerqué y le pregunté.
––Usted me paga y yo le cuento algo ––me dijo.
—¿Qué me va a decir?
—No sé. Lo que usted quiera.
—¿Lo que quiera?
—Aja.
Me lo pensé.
—Está bien.
Le estiré el billete que decía el cartel. Lo tomó y se lo guardó en el bolsillo de la camisa.
—Siéntese —me dijo. Quitando el cartel de la banca. Yo me senté y me quedé callado, esperando. Duramos así un buen rato.
—¿Y? —dije.
—¿Y qué?
—¿No va a hablar?
—Usted no me ha dicho de qué tengo que hablar.
—Cualquier cosa.
—Cualquier cosa son muchas cosas. Tiene que ser más concreto.
Yo no sabía ser concreto. Y ante mi falta de iniciativa, el tipo sacó una libreta y anotó algo.
—¿Qué escribe?
—Algo.
—¿Es escritor?
—Yo no me considero como tal. El hecho de que escriba no significa necesariamente que sea un escritor. Para ser un escritor solo falta…
Yo escribo porque me interesa. No se trata de un gusto o de esas nociones románticas que tanto le gustan a la gente. Yo quiero estar bien pegado a la realidad, no me quiero enemistar con ella, prefiero su verdad cruda y sensata a una mentira agradable pero hipócrita. De lo que yo hablo es de una necesidad, de carácter recíproco, más que nada. El problema resulta en la falta de dicha reciprocidad. Para que un acto recíproco se complete, se necesitan dos, como en un beso, en una caricia, en un abrazo. En un susurro, un gesto, un llamado. En la aventura, en la pasión, en la felicidad, en la necesidad, en la interpretación de una forma de arte o en una canción. Mi ofrecimiento corresponde a un impulso, como dije, una necesidad de decir algo. El problema es que nadie quiere escuchar. O simplemente no le interesa.
Interés. Es muy jodido despertar el interés de las personas, ya que este se divide en una ramificación extensa y exhaustiva. Además, existe ya mucho contenido, Internet parece estar saturado de información de toda clase, de todos los temas, de todos los géneros. Es entonces razonable pensar que lo que trato de decir ya ha sido dicho, de muchas formas, en muchos idiomas, en diferentes medios, así que pretender una novedad en mi palabra en particular es caer en la insensatez de ese mal llamado “escritor” que tenía algo que decir, algo que presentar, algo que exponer. Algo que en realidad no soy. Pero no estamos aquí para discutir mi condición de escritor. Es que no basta solo con escribir. Puede que el interés, con una estrategia innovadora y bien ejecutada, se pueda captar. Una vez ganado el interés, el objetivo es atrapar la atención, y el problema se multiplica a este respecto.
Si usted me permite el atrevimiento, percibo la capacidad de atención muy limitada. Aunque tenga mis argumentos, creo que son más obvios y conocidos de lo que se pueda creer. No se puede pensar en un único y verdadero culpable. De hecho, no existe culpa alguna. Existen consecuencias, causadas por decisiones, acciones y ejecuciones. Internet es pues la principal causa, especialmente si se habla del auge en el consumo de contenido audiovisual, más dramático aún, cuando dicho contenido corresponde a visualizaciones que no superan los 30 segundos. Todo es rápido, inmediato, efímero y precoz. Sin tomar en cuenta que esta actividad es de carácter meramente pasiva. En ocasiones, parece que vemos solo por ver, por cumplir con la actividad en sí misma, pero no se saca nada de ella.
¿Qué se puede esperar entonces de una actividad que implique la atención activa?
Bueno. Si queremos hablar de atención, más aún en estos tiempos que corren, déjeme le explico algo que aprendí hace poco. No sé si usted tenga conocimiento alguno del efecto Flynn. ¿No?
Figúrese pues que el efecto Flynn sugiere el incremento progresivo del coeficiente intelectual de la humanidad. Sí, así como lo oye, la humanidad es cada vez más inteligente. O bueno, eso ocurría hace ya unos años. Resulta que ese incremento se estancó a finales de los 90, para empezar a la baja en el 2008.
¿La razón?
Varios “expertos” sugirieron que dicho rendimiento de la curva del efecto Flynn respondía a una presunta “estupidez” de la humanidad. Los “expertos” fundamentan su hipótesis a partir de la relación temporal entre la pérdida del efecto Flynn con la entrada, implementación, auge y posterior dependencia de internet. Sí, es verdad que se habla de una casualidad. Sugerente o no, lo que busco recalcar es que esos “expertos” solo se saben basar en conjeturas sin argumentos, afanados en encontrar al culpable de dicha decadencia. El uso, implementación y la dependencia de internet no solo ha modificado las costumbres que hace apenas unos veinte o treinta años eran habituales en nuestra sociedad. Internet también ha modificado la forma en cómo percibimos el mundo y cómo lo entendemos. No es una extrañeza pensar que el uso e implementación de internet a modificado, de alguna manera, el funcionamiento de nuestro cerebro. Así, no es extraño considerar que la pérdida del efecto Flynn no corresponde necesariamente a un detrimento de la capacidad mental, sino a la modificación de nuestro cerebro para adaptarse a las nuevas tecnologías. De igual forma, no tenemos certeza si los test implementados se han modificado o adaptado con el tiempo. Uno pensaría que sí, y sí así es, vale la pena preguntarse, ¿Con qué frecuencia reestructuran los test? Por qué, hay que admitirlo, internet cambia todos los días.
Puede usted llamarme desocupado, sin oficio, vago, y yo le recibo el apelativo con gusto y razón. Yo soy de los que piensan que los grandes pensadores de la humanidad, antes que nada, son unos grandes y perfectos desocupados, sin oficio, vagos y degenerados. Pero no me malinterprete, yo soy todo, menos un pensador. Tampoco crea que es la modestia la que me impide dicho catálogo, lo que ocurre es que ese apelativo no alcanza para toda la complejidad de mi persona.
Pues bien, me di a la tarea de hacer averiguaciones. Con la ayuda de internet, claro está.
Soy una perfecta contradicción, lo sé, pero esa es la mayor de mis veracidades humanas. Me puede juzgar usted por lo primero, pero nunca por lo segundo.
Déjeme explicarle entonces cómo surgió el impulso que desembocó en la labor investigativa.
La ciencia, en su auge por entender y comprender el mundo, se ha visto “obligada” a desarrollar varios avances a este respecto. Pero dicha obligación responde más a una consecuencia del desarrollo mismo de la tecnología. Yo me imagino a los investigadores dichosos por el cúmulo de trabajo que internet les ha proporcionado. Bueno, tal vez no sea del todo así, pero es que yo no puedo imaginarme a un investigador aburrido, decepcionado, frustrado e impotente a causa de su trabajo.
Tratando de entender como el uso de internet ha modificado la estructura del cerebro y cómo este último se comporta ante el consumo cada vez más constante, repetido, prolongado y adictivo de Internet, decidí hacer énfasis en esta querella:
¿Cómo ha afectado la implementación de Internet el cerebro y su funcionamiento?
Pues bien. Que quede bien claro que eche mano de la misma tecnología para acceder a la información. Sí, como le dije, yo soy la perfecta contradicción. Me ayudé de la asistencia de Chat GPT para hacer la búsqueda de artículos relacionados con la pregunta orientadora. Porque sí, todas estas tecnologías son herramientas, y la herramienta se puede juzgar no por su función en sí misma, sino por el uso que se le da. Pero dejemos esta cuestión para otro día.
Chat GPT, me ofreció varias respuestas a mi petición. Una de ellas, un resumen, recolección y análisis investigativo desarrollado por Josh Firth, John Torous y Joseph Firth, dónde se explora el impacto del uso de internet en los procesos de la memoria y la atención.
Básicamente lo que ellos hicieron fue recolectar información de estudios y experimentos científicos relacionados con el uso de internet y el impacto consecuente en los procesos cognitivos de la memoria y la atención que se habían desarrollado hasta la fecha.
En lo referente a la atención, los investigadores encontraron que el constante uso de internet interfiere en la concentración sostenida, especialmente en todas esas actividades que ustedes los jóvenes entienden como “multitarea”.Esta hipótesis encuentra justificación en los resultados de pruebas que miden la concentración sostenida. De la misma forma, varios experimentos encontraron que incluso una corta interacción con medios virtuales puede afectar las capacidades de concentración.
Refiriéndose a la memoria, aclaran que Internet puede actuar como un “super estímulo para la memoria transactiva” (División cooperativa del trabajo). Esto puede desencadenar en el desarrollo de una dependencia por un mundo virtual inagotable, que siempre está disponible y al alcance de la mano. Además, diversos estudios de carácter empírico determinaron que el uso de Internet para recopilar información obstruye el estímulo de diversos patrones de activación cerebral importantes para el almacenamiento a largo plazo de la información.
Como un apartado anexo, aun así, no menos importante, el ejercicio investigativo enfoca su análisis en un estudio desarrollado en el año 2017 el cual identificó, a partir del uso de internet, cambios estructurales y déficit en diferentes regiones del cerebro asociadas con:
- Control de la Atención
- Procesamiento de la Recompensa
- Motivación
Descubriendo, a su vez, que estas afectaciones estaban directamente relacionadas con personas con IUD(Internet Use Disorders).
Otro estudio analizó la relación entre el ya mencionado IUD y el ADHD (Trastorno por déficit de atención con hiperactividad), encontrando que personas con IUD tienen una probabilidad 3 veces mayor a padecer ADHD en comparación con personas control.
Otros estudios de imágenes neuronales mostraron que el número de amigos en Facebook pueden predecir el volumen de materia gris en regiones específicas del cerebro. Aunque no especificaron en qué grado, solo queda hacer la deducción, pero hágase a una idea. De igual forma, los investigadores sugieren qué, a causa del auge de diversas redes sociales, se pueden integrar todas estas al mismo espectro. En ese sentido, no estaríamos hablando exclusivamente de “amigos” sino también de seguidores. ¿Ocurrirá lo mismo con los “likes”?
También demostraron que el excesivo uso de internet, específicamente en actividades “multitarea”, está correlacionado con la reducción del volumen de materia gris en regiones prefrontales del cerebro asociadas con la concentración.
Vale aclarar que el resumen investigativo plantea todos estos datos como hipótesis, argumentando y animando a su vez la profundización y enfoque en estos estudios relacionados con el uso del internet y sus consecuencias en el cerebro. De la misma forma, aclaran que los resultados de la relación no deben ser únicamente de carácter “negativo”, teniendo en cuenta varios factores como la intensidad y la frecuencia en relación con el tiempo de consumo, a su vez del tipo de información que se consume y la “calidad” del mismo.
Este ejercicio que le acabo de presentar sirvió para dar una apertura a la duda establecida, pero no para resolverla. Aún así, surgió una duda mucho más específica y concreta que animó un enfoque más específico en la labor investigativa.
¿Qué impacto ha tenido internet en los hábitos de lectura?
Porque, admitámoslo, lo que aquí nos interesa es la lectura.
Chat GPT, por medio de su asistencia virtual, retornó otro conglomerado de respuestas en forma de artículos o publicaciones científicas. Una de ellas, menciona el impacto de internet en el espectro literario, mencionando lo que ya a estas alturas se debe saber y conocer por deducción:
Internet ofrece muchas alternativas para acercarnos al mundo literario, reduciendo los límites u obstáculos que anteriormente existían para dar con algún libro, autor o tema en específico. Con el auge de herramientas virtuales, no solo podemos acceder a cualquier libro que deseemos, también podemos compartir opiniones, reseñas, recomendaciones, elementos que permiten desarrollar comunidades lectoras que une a muchas personas del mundo a partir de un interés particular.
Ahora bien. ¿Leer en pantallas digitales afecta de algún modo el aprendizaje o la comprensión?
Pues hay un tipo, un tal Martin Kutscher, que dice ser neurólogo pediátrico con más de 25 años de experiencia en el diagnóstico y tratamiento de ADHD, autismo, LD, y otros trastornos neuroconductuales. Un tipazo.
El señor M.K., en una publicación del año 2017, habla al respecto.
En primer lugar, menciona que el acto de leer es una experiencia “multisensorial”, donde no solo está implícita la vista, sino también el acto de tocar, admitiendo que existe algún vínculo especial en el hecho de tomar un libro entre las manos, pasar páginas, oler las mismas. Todo esto influye, de cierto modo, a mejorar la capacidad de absorción de lo leído. Cambiar entonces el papel por la pantalla electrónica modifica la experiencia, afectando del mismo modo las secuelas y consecuencias de esta actividad.
De la misma forma, M.K. asegura, apoyándose en diversos estudios, que el hipertexto, característica primordial del contenido en internet, hace más difícil la lectura en dos sentidos concretos: Navegación y orientación del texto.
Si bien esta característica (hipertexto) puede ser útil al momento de buscar información de forma rápida, para lecturas más largas y que requieran un nivel de comprensión mayor, esta forma de lectura no es la más indicada. Según estudios, las personas que leen “textos lineales”, suelen tener mayor comprensión, recuerdan más de lo leído y, en consecuencia, aprenden más que las personas que leen a partir de enlaces. Además, el neurólogo M.K., citando un estudio científico, asegura qué, de un grupo de 400 estudiantes, la mayoría de ellos consideran que el material web es idóneo para dar con información útil, aun así, muchos de ellos preferían libros impresos al momento de realizar consultas más específicas y concretas. De la misma forma, leer en contextos virtuales promueve las actividades multitarea. Diversos estudios confirman que muchos estudiantes, al leer en medios digitales, se sienten tentados a hacer multitareas mientras leen. Puesta la tentación…
De esta forma, se puede concluir que es preferible, en procesos de aprendizaje o comprensión, leer en papel antes que en medios digitales.
Finalmente M.K., citando a Baron (2015), asegura que muchos estudiantes afirman no preocuparse por el medio a partir del cual leen textos cortos como artículos o noticias. Sin embargo, cuando se trata de textos escolares, académicos, o que requieren una mejor comprensión y mayor capacidad de atención, muchos de los estudiantes aseguraron preferir el medio impreso ya que es más placentero para leer, mejorando la experiencia con el contacto del papel, volver a un punto específico de la lectura, o incluso oliendo las páginas, si se trata de un libro nuevo. Además, suelen personalizar la lectura con notas hechas a mano, lo que ayuda la comprensión y el aprendizaje.
Ya ve entonces. No hablamos de un obstáculo infranqueable, hablamos mejor de una oportunidad que ha tomado muchos adeptos y seguidores.
De todas maneras, queda otra cuestión por la cual lamentarse. Y es que la gente ya no lee…
—¿Acabó?
—Si quiere más, es otro billete.
AUTOR: JULIÁN DAVID RINCÓN RIVERA (COLOMBIA)
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Julián David Rincón Rivera, segundo de dos hijos, nacido en Bogotá, Colombia el 7 de abril de 1994. Profesional de Cultura Física, Deporte y Recreación.
Lector apasionado, escritor por elección, músico por diversión.
Cuenta con tres publicaciones antológicas con la editorial ITA, además de dos publicaciones en proceso, también de carácter antológico, con factor literario y la editorial mítico.
Con varias publicaciones en revistas de américa latina, encuentra en la escritura el mejor sustento para su vida.
Instagram: @relatero_literal