La única que durante las mañanas campesinas de la solitaria casita parloteaba con un ruiseñor era Dione. El cantor llegaba hasta las ramas y chamizos para comer alpistes, y ella ni siquiera le silbaba, solamente le charlaba. La casa, que está rodeada de matas de café y maíz, fue hecha de troncos de cedro y tejas de barro. El cantarín, una refinada avecilla de pico fino y exquisito, y de plumaje pardo, era un concertista madrugador que no paraba de revoletear entre los garabatos y barandas del corredor. Y no paraba sus romanzas. Sorprendía que Caruso se dejara acicalar de Dione, agraciada, joven, bien cuidada y de caderas muy bonitas y armoniosas. Es incansable y expresiva, yendo incesante de allá para acá. Cada día alterna la transparencia de frescas y holgadas blusas de colores que dejan admirar toda la canela esplendorosa de su piel. Caruso era el nombre que le había puesto al concertista. Seguramente había escuchado al tenor italiano Enrico Caruso, considerado el mejor de los años 20. La diminuta ave era la envidia de mirlos y zorzales. Una mañana, después de alpistes y cánticos, alzó vuelo y jamás regresó. Desapareció de la vista de Dione aguas arriba. Ella se quedó mirando el horizonte hasta que la luna estuvo alta. Se había sentado en la ancha banca de tierra que forman los surcos del platanal. Quiso perseguirlo hasta donde fuera, así llegara a la ciudad, la que no conoce, ni quiere conocer. Le dijeron que ese barullo urbano es muy bullicioso, que muchos son aficionados a no bañarse y que abundan las altezas de cagajón. También le dijeron que hay mucha lambonería, y que en la ciudad engañan y obligan bobos a votar por otros. ¡Ah!, y le dijeron también que sobran los blasfemos en el barullo. ¡Qué no le habrían dicho! Lo único bueno que le dijeron es que en la capital podría estudiar y que cocinaban los mejores tocinos y que podría ir a discotecas y a fiestas. Pero a ella no le gustan las fiestas, además, le cuentan quienes han ido, que van muchos perros de trajes ceremoniosos, luciendo abrigos nuevos con los calzoncillos sucios. Y que en esas fiestas todo el mundo mete las manos al mismo plato. Ella repetía refunfuñando burlonamente: – ¡Nooo!, prefiero quedarme aquí en este rastrojo oliendo mierda de caballo. Solo añora el regreso de Caruso para acicalarlo. Y eleva plegarias para que allá en las ciudades canten los corruptos, canten los estafadores, canten los políticos y canten los violadores de la ley. Que canten todos porque ninguno quiere dejar rastro; el cinismo extremo no los deja. Eso es lo que gozan. A Dione, en cambio, lo que la enamora son cosas como sus blusas holgadas, la sinfonía de Caruso, la mierda de caballo, cada mano en cada plato, y cada pájaro en cada árbol.
AUTOR: JOSÉ LUIS RENDÓN (COLOMBIA)
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José Luís Rendón C. Nació en el Municipio de Argelia (Antioquia) – Colombia.
Titulado como Profesional en Comunicación Social. Ha sido corresponsal de prensa alternativa independiente, cronista, periodista y locutor de radio. Cuentos: LEOCADIA, obra ganadora del primer puesto del concurso de cuento “Carrasquilla Íntimo” convocado por El Colegio de Jueces y Fiscales del departamento de Antioquia-Colombia y publicado en la revista Berbiquí. Cuento: EL MONSTRUO DE LA PLATANERA (inédito).