Cuando vi el video de la candidata a secretaria de estado en Missouri, en el cual quema un par de libros y hace una arenga a MAGA, no pensé ni en su motivación política ni en el acto en sí. Podría parecer una página de Fahrenheit 451 o de cometas en el cielo, o algo surgido de la noche del 10 de mayo en la plaza Opernplatz o de la mente del ex procurador Lefebvrista. Pensé exclusivamente en lo anacrónico e inútil del acto.
Es cierto que uno tiene la libertad de actuar a su voluntad o de quemar deliberadamente lo que considera pagano o fuera de su lógica moral. También es cierto que un país que es fuerte en su constitución y basado en las libertades individuales (al menos en el papel) ofrece las garantías para hacer demostraciones como lo hizo la candidata de origen colombiano.
Llegué a esa noticia porque estoy suscrito al club de lectura del periódico de la capital estadounidense de propiedad de Bezos, el cual hizo un artículo interesante sobre ese evento. En ningún momento le critican su decisión o su capacidad de expresión. Solo alientan subrepticiamente al lector a ver que el acto absurdo (con un pequeño lanzallamas portátil de mano) puede ser interpretado desde varios diferentes puntos de vista. Yo entonces recordaba a los pirómanos de la historia. Y obviamente el pensamiento predominante era sobre la estulticia de hacer eso en la era informática.
En un momento de la humanidad donde se puede reemplazar cualquier libro físico, cuando podemos tener información digital instantánea, cuando lo más difícil sería quemar todas las bibliotecas y además ¡infructuoso! porque la gente tiene bibliotecas en sus casas y cuando las editoriales ya le adelantaron el trabajo a esta “ciudadana” al picar los excedentes o los títulos que no se vendieron bien y en estos días de sanción mediática y social y la posterior denuncia, el quemar libros es una soberana pendejada.
Y no tiene valor alguno porque si fuera un acto rebelde o un acto cultural o una demostración de poder pues se haría eso con mayor frecuencia por la élite económica o por las autoridades mismas. O ¿será que estoy invocando el estado que nos pintó Bradbury? Si tuviera efecto en los niños o en el público objetivo de los libros quemados cabría la pregunta: ¿Lo podrán conseguir de nuevo? O su siguiente paso: ¿Lo encontrarán en formato PDF en la red? Si fuera definitivo entonces uno se preguntaría: ¿No vendrá otro escritor, tal vez con alguna capacidad mayor o una suerte diferente, y nos presentará el tema de manera más efectiva? Y por último: ¿Descansará tranquila la candidata si supiera que el material electrónico con el que se imprimieron los textos se puede recuperar pulsando un único botón?
Yo siento compasión por ese tipo de personas. No es que me duela o me ofenda su perversión. No la tolero y en consecuencia pienso que debería ser condenada a estudiar. Al menos un poco del mundo editorial. Pero tal vez estoy arriesgándome a crear la posibilidad de que se entere que apenas es suficiente con saber qué hilos tensar para que se “olviden” de llevar a imprenta esos documentos. Y en última instancia ella entendería que para un libro el hecho de ser publicado no equivale a ser leído y que, por ejemplo, en su país de ascendencia, no es necesario a veces quemar los libros porque algunos ni siquiera se leen o los leen muy pocos de los habitantes conciudadanos.
Una vez vi, en una feria del libro en Bogotá, que un perro defecaba sobre la carátula de un libro de cierto expresidente de la república. Y seguro que algún fanático suyo podría limpiarlo y regalarlo a alguna biblioteca de su región. Pero podría apostar que se quedaría en la estantería por mucho tiempo antes de ser pedido en préstamo.
AUTOR: JOSÉ COBOS VALLEJO (COLOMBIA)
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José Cobos Vallejo, colombiano. Escritor – Columnista
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