La Columna de Julián Rincón Rivera
Correo electrónico: rinconriverajulian@gmail.com
¿Qué es la inteligencia? Aunque parezca algo obvio, resulta ciertamente complejo encontrar una sola definición o idea clara y contundente que abarque a toda la inteligencia.
Muchos la relacionan con la capacidad cognitiva de entender y comprender algo. Otros, de la habilidad para interpretar y adaptarse a un entorno o ambiente. Otros tantos, hablan de la capacidad para resolver problemas. Incluso, algunos expertos agregan qué, adicional a los ámbitos numéricos, lingüísticos y lógicos, hay que agregar una noción de inteligencia en el ámbito social, cultural, humano y psicológico.
Si es difícil encontrar una idea clara de inteligencia, ¿Cómo podríamos definir la estupidez?
Sí, estupidez. Ese es el apelativo que he encontrado en varios documentales, artículos y ensayos que hablan de una “estupidez” de la humanidad.
Para entender esto, entremos en contexto:
James Flynn, investigador de la inteligencia humana, es conocido mundialmente por establecer el efecto que lleva su nombre: El efecto Flynn.
¿Qué es el efecto Flynn?
A partir del año 1938, se recolectaron los resultados de test de inteligencia de diferentes países del mundo. Año tras año, se llevaba a cabo el registro de estas pruebas con el fin de analizar el comportamiento de la inteligencia en el transcurso del tiempo. Así, en 1984, se evidenció que la humanidad tendía al crecimiento del coeficiente intelectual, lo que se representaba en un aumento constante y progresivo de la curva de inteligencia y que finalmente se conoció como “Efecto Flynn”.
Todo era dicha y optimismo. El efecto sugería que se estaban haciendo las cosas bien y que la humanidad estaba encaminada hacia un desarrollo cognitivo idóneo. Pero la dicha duró poco. En la década de los noventa, la curva descendió levemente, para estabilizarse en la horizontal en la llegada del nuevo milenio. Pero lo peor ocurriría después, cuando alrededor del 2016 se encontró que la curva de inteligencia ahora empezaba a decaer. Se trataba entonces de un efecto Flynn, pero a la inversa.
Los investigadores, alarmados, se preguntaban qué había ocurrido, qué había alterado ese progreso continuo de la humanidad. Se plantearon hipótesis, como consecuencias de los procesos migratorios o cuestiones genéticas, pero todo esto fue descartado.
Finalmente, se logró identificar que la producción de elementos químicos, en un aumento drástico desde la década de los 70, ha influido, de cierta forma, en dicho “deterioro” cognitivo.
Presentes en el aire, en el agua, en los alimentos y cosméticos, los elementos químicos terminan impactando no solo en los procesos cognitivos, sino en muchos aspectos de la vida humana. Esto ya no es una mentira para nadie y no es casualidad que se recomienden tanto los productos y alimentos de origen orgánico.
Pero esto es solo la punta del iceberg.
A alguien o algo tenían que asignarle la responsabilidad, y se la ofrecieron a internet, que méritos recoge.
La cantidad de información es inigualable. Como lo dijo Pepe Mujica: “Todos tenemos una universidad en el bolsillo”.
Todo tipo de información y contenido se encuentra allí, y representa una diferencia la calidad y el tipo de contenido que se consume. Este nuevo paradigma de la información cambió drásticamente la manera en que nos movilizamos, comprendemos y entendemos el mundo. Es una verdad indiscutible que la tecnología, como una herramienta, ha permitido que el ser humano se ahorre labores trabajosas y tediosas para permitirnos tener mayor tiempo libre. De la misma forma, se ha desarrollado una costumbre a partir de la cual queremos acceder de manera rápida, fácil, directa y lo más resumida posible a la información. Así, se realiza una operación “superficial”. Según algunos expertos, la falta de profundidad en estos términos ha repercutido en los resultados del efecto Flynn. Y qué decir de la cantidad de facilidades que internet nos ha ofrecido. Ya no existe la necesidad de aprender una secuencia numérica, o tratar de orientarse espacialmente para encontrar una dirección, o tener que leer un cúmulo de información, para después ser analizarla, y encontrar los datos que sean de nuestro interés.
Está claro, internet nos ha facilitado las cosas y esto ha hecho que dejemos de usar el cerebro como tradicionalmente se hizo.
¿Eso significa que el cerebro se ha deteriorado?
Y aquí surge la pregunta: ¿Cuántas conexiones neuronales se necesitan para presionar un botón?
En los tiempos más recientes, ha surgido una revolución (Inteligencia artificial) qué, bien mirado, me recuerda los relatos de Asimov.
Cuando el hombre encontró en la tecnología la mejor herramienta para ahorrarse mucha fatiga, se obsesionó con ella, a tal punto que sólo le bastaba pulsar un botón para que se hiciera la magia. Lo preocupante surge cuando el hombre se hace dependiente de esta ayuda. El hombre se está volviendo un inútil. ¿Sería una exageración pensar que la IA nos ayudará a pensar?
La IA se sigue desarrollando, buscando un aparente perfeccionamiento y efectividad que, al parecer, no tiene límites. Pareciera entonces que jugamos a ser dioses, desarrollando tecnologías que no solo alcancen la capacidad propia del hombre. Me atrevería decir que más de uno cree posible que se superara los límites propios de la humanidad. Así pues, dado que esta tecnología seguirá perfeccionándose, el hombre no tendrá que hacer nada, literalmente nada. Debido a que el hombre encuentra en la tecnología una perfecta herramienta para saltarse ciertas labores diarias, cotidianas y monótonas, el hombre no necesitará más que asignar una orden para que todo se haga.
¿Qué pasaría cuando las IA descubran la ineptitud del hombre?
¿Nos estamos condenando a nosotros mismos, preparando nuestra propia aniquilación? La muerte más absurda, le habían preguntado en algún momento a Camus. Bueno, si conoce la historia, atrévase a comparar, querido lector, que tanto Camus como la humanidad misma están sellando su destino ¡Víctimas de su propio invento!
Así, los relatos de Asimov ya no se perciben como meras “ficciones”, tal vez “predicciones” sería más adecuado teniendo en cuenta el panorama. ¿Bastarán entonces las leyes de la robótica que este genio de la ciencia ficción inventó?
Todo esto son meras conjeturas. El peligro inmediato se encuentra en la cantidad de tiempo libre que nos queda. El desarrollo tecnológico ha permitido ello, tener mucho más tiempo libre. No es de extrañar que la industria del entretenimiento recoja tantos adeptos ahora más que en ningún momento de la historia, y esto es un negocio redondo para muchas industrias…
AUTOR: JULIÁN DAVID RINCÓN RIVERA (COLOMBIA)
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Julián David Rincón Rivera, segundo de dos hijos, nacido en Bogotá, Colombia el 7 de abril de 1994. Profesional de Cultura Física, Deporte y Recreación.
Lector apasionado, escritor por elección, músico por diversión.
Cuenta con tres publicaciones antológicas con la editorial ITA, además de dos publicaciones en proceso, también de carácter antológico, con factor literario y la editorial mítico.
Con varias publicaciones en revistas de américa latina, encuentra en la escritura el mejor sustento para su vida.
Instagram: @relatero_literal