La Columna de José Luis Rendón
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En una epifanía durante el penúltimo año de mi escuela preparatoria me tatuaron por primera vez. Fue con lápices de crayón, con permiso de mi mamá y sin la presencia de mi padre. No conocía su paradero. Simplemente me decían que estaba por ahí, y ya. Las mujeres no les cambiaban el curso a sus cejas ni las reemplazaban por pelo fingido. Tampoco se compartían en las redes sociales imágenes artísticas de modelos webcam o escorts. Es que ni existían las plataformas, pero sí los degenerados, aunque no tantos como hoy. Los celulares, las tablets y los kindles apenas los estaban inventando. Las carnes suculentas sin sujetadores ganaban terreno en las calles. Quien pintó mi cutis aquella vez fue Robert, un paisanito muy querido que no tenía mucha cancha ni técnica para eso, pero que se le medía a cualquier mamarracho en cualquier parte del cuerpo. Era imperfecto, de exagerados trazos y de esbozos incipientes. El cura y las camanduleras daban por sentado que los tatuajes eran inmorales. Me miraban raro y decían que llevar eso en la piel cerraba muchas puertas, menos las del infierno. Robert era un poco impío y hacía caso omiso de esas amenazas por lo cual le embadurnaba «el cuero» sin piedad a quien se lo pidiera. Había que verlo empuñando el lápiz para ensañarse sobre la corteza de lomos, nalgas y piernas. Echó crayón hasta en los límites de las partes más íntimas de sus paisanas. Siempre quiso hacer un tatuaje en el pubis de cualquier parroquiana, pero ninguna quiso teñirse «por allá» por el temor a ser tildadas de mugrientas por sus parejas. Por cierto, este mes de mayo se realiza en Medellín, Colombia, otra edición de Expo Tatuaje, donde además de mostrar los pellejos pintados de la gente, habrá arte, cultura, música, caricatura, pintores y escultores. Tatuadores del mundo se reunirán aquí para rendirle culto a la demografía. El body paint del que dicen los que saben, es pintura artística corporal primigenia, trenzará sus hechizos con la complicidad del látex, los aerógrafos y los pinceles. Si Robert volviera, lo llevaría a Medellín, a Expotatuaje. Robert afinaría sus carboncillos y aunque tape lo artístico de la piel, mataría la desmemoria. Porque la epidermis es como el manto del cuerpo humano, y él, con todo lo impulsivo que era, convertiría la piel en un libro con corazón. Este tatuador no daba el pincel a torcer. Con su crayón encontró el alma en muchos traseros.
AUTOR: JOSÉ LUIS RENDÓN (COLOMBIA)
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José Luís Rendón C. Nació en el Municipio de Argelia (Antioquia) – Colombia.
Titulado como Profesional en Comunicación Social. Ha sido corresponsal de prensa alternativa independiente, cronista, periodista y locutor de radio. Cuentos: LEOCADIA, obra ganadora del primer puesto del concurso de cuento “Carrasquilla Íntimo” convocado por El Colegio de Jueces y Fiscales del departamento de Antioquia-Colombia y publicado en la revista Berbiquí. Cuento: EL MONSTRUO DE LA PLATANERA (inédito).